SONJA,
GUERRERA Y MUJER
SONJA, AND WARRIOR WOMEN
Es sabido que a los hombres les
cuesta acceder con objetividad a las tesis feministas y, por lo
común, suelen rebatir a una mujer que argumenta sobre su
naturaleza social y humana tachándola de amazona o “hembrista”
(por contraposición a machista). Y aún más si lo manifiesta
públicamente, recurriendo de inmediato a repudiar lo absurdo de
su posicionamiento e incluso llegando al rechazo violento...
El machismo sólo cabe justificarlo
si adoptamos la postura del antropólogo, por cuanto la mujer
siempre ha sido el más rico y plástico de nuestros símbolos.
Ella nos ha servido para simbolizarlo todo: nuestro poder,
nuestros ideales, nuestro estatus... ¿Cómo no iba a resultar
difícil entonces aceptar el hecho de que para que ellas puedan
ser un poco más tengan que significar un poco
menos para los varones; que sólo podrán alcanzar cierto poder en
la medida en que dejen de operar como símbolo de los hombres?
Mas, ¡ay!, ese gesto de búsqueda de identidad femenina resulta
opaco para los machistas, algo en lo que no pueden verse
reflejados, una insurrección de nuestros propios signos
masculinos. A los hombres se les hace muy cuesta arriba eso de
derrumbar los mitos (la esposa modelo, la doncella delicada, el
objeto sexual) erigidos por una sociedad de hombres...
En el nuevo siglo XXI, los hombres,
asustados por la certeza de que las mujeres van a obtener por
fin lo que les pertenece por derecho, corren a su lado para
ofrecerles nuevos valores simbólicos, significados más modernos
para que en ellos puedan reconocerse otra vez. Se vuelven
pretenciosos hasta el punto de hacer de la mujer símbolo de lo
que hay que recuperar: un mundo no predatorio, no tan
pragmático, no tan deshumanizado, etc.
La nueva mujer, incentivada desde
la contracultura de los años setenta, aparece como el arrecife
con el que los nuevos varones encallan sin poder evitarlo. No
obstante, ella ha venido representando hasta hoy una función
puramente simbólica y, curiosamente, esa función ha sido
compartida siempre con la del “salvaje”, la del bárbaro. En
efecto, en los períodos racionalistas o ilustrados, el salvaje y
la mujer eran el símbolo de la incultura y la barbarie; por el
contrario, en los períodos románticos o melancólicos, han
resultado ser los depositarios de las virtudes perdidas o
sacrificadas por la civilización moderna. Este último es el caso
de Conan y, por extensión, de Red Sonja y otros personajes
femeninos asociados al cimmerio que enarbolaron hachas o espadas
para luchar en la Era Hyboria. Tanto la pelirroja como el jayán
cimmerio tienen vicios y virtudes comunes: la falta de control
emocional o la consonancia orgánica con la naturaleza, por
ejemplo. Pero ella representa esa imagen en grado superior ya
que ese descontrol y arraigo lo tiene meramente como mujer y,
por otra parte, también es una salvaje, una guerrera como Conan
que se sobrepone a él como personaje reivindicativo. Sonja
supone la aglutinación de lo salvaje en la mujer y de la fémina
como luchadora por una identidad propia.
¿Se concluye que Sonja es
feminista, pues? No, porque es una “salvaje” en un mundo de
bárbaros que se integra en él como tal, adoptando una actitud
romántica ante un mundo plagado de injusticias, no como mujer
que trata de resolver problemas de carácter social. Y, tampoco,
porque Sonja lucha contra la incomprensión y contra la
violencia, mas no con intención de liderar un movimiento contra
la brutalidad masculina por razón de haber sido violada de niña,
más bien porque odia a los hombres debido a su palmaria
brutalidad, simplemente.
Esteban Maroto recurrió a sus
habituales herramientas estéticas para vestir a Sonja de un modo
algo ridículo, casi hortera, con aquel bikini metálico. Pero es
que Sonja iba dirigida a un público lector masculino y esa cota
de malla de verano despertaba la libido de sus admiradores, y
muchos lo eran simplemente por esa incitación sexual decadente e
ingenua al mismo tiempo. O sea, que la tomaron como un arquetipo
masculino más, chica-carnosa-y-rebelde dispuesta a ser doblegada
por nuestra retorcida mentalidad, algo que le vino de perlas a
Frank Thorne, que era muy dado a cierta promiscuidad y a un
fetichismo reprobable, y con razón, por parte del sector
femenino. Por eso la colección de Sonja fue etiquetada por
muchas lectoras como la de una feminista con espada.
Si la espadachina ha parecido una
abanderada del feminismo en los cómics, ha sido así porque los
hombres se ven en sus viñetas como objetivo de su agresividad
sexual. El personaje en sí parece estar por encima de toda esa
reflexión sobre el compromiso social o la castración figurada, y
se abandona a la aventura. Sonja siempre fue una aventurera, no
una activista, se concluye. Es decir, la hyrkania representa, en
cierto modo, lo que rechazamos y a lo que aspiramos los hombres:
la mujer como representación que nos hacemos de aquello que
hemos de recuperar. Y la Sonja que hemos de recuperar es la
Mujer, con mayúsculas, la que no nos merecemos.Dark Woflf (adaptado)
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